próximo año, próximo cursillo????????
ALGUIEN SABE ALGO DE LO QUE VA A PASAR ESTA PRÓXIMA TEMPORADA??????
QUE ME DIGAIS ALGO, JOERRRRRRR, QUE NO ME ENTERO DE NA
BESILLOSSSSSSSSS
ALGUIEN SABE ALGO DE LO QUE VA A PASAR ESTA PRÓXIMA TEMPORADA??????
QUE ME DIGAIS ALGO, JOERRRRRRR, QUE NO ME ENTERO DE NA
BESILLOSSSSSSSSS
La playa, el verano, eran rompeolas de andanzas tempranas, el alambique por donde, en un hilillo fino, se destilaban juventud y sueños, deseos y aventuras. Aún tengo su eco.
Los veranos visten mis recuerdos de arena y de mar, juegos colectivos, miradas y besos ambicionados, a veces someros, como las aguas de la playa hasta la cintura, ¡¡ojo con ir más adentro!!
Pasan las bicicletas como sonidos de risas compartidas por chistes groseros, voces en busca de su camino, de más tiempo, que no volverá. Siguen olores pegados a la imagen de los pescadores levando a sus lomos las barcas hasta flotar más allá de la espuma. La quilla lamiendo el sabor azul. Es una mirada cíclica estimulada por la misma postal, la que fotografió una época tan especial que aunque quiera frotar nunca se desprenderá de mi piel.
Siendo escolares aprendieron cuan mayor es la superficie del mar que la de la tierra y decidieron hacerse marinos. No era ninguna decisión intrépida pues sus familias eran de antiguo marineras. Vivían en el puerto de Luarca.
Los siete compañeros se fueron adiestrando en las artes de navegar y siendo de la misma edad tuvieron su bautismo de navío en una misma jornada de fiesta.
Siete mares para siete navíos, siete amigos, siete vidas.
Su destino iba tan unido que la desgracia les tocó a la vez. El mismo día naufragaron. Siete naufragios, siete tragedias. Pero no el fin de sus historias.
Cuenta una leyenda que el fondo de los siete mares está comunicado y todos confluyen en una burbuja donde la vida es posible. Dicen que los siete marinos se volvieron a juntar allí y que las noches de luna nueva cuando el silencio es más oscuro que el cielo se oye vagamente una voz de mujer que recita poemas de Alfonsina Storni. Quién sabe si incluso sea ella...
Te vas Alfonsina
Con tu soledad
¿Qué poemas nuevos
Fueste a buscar?
Una voz antigua
De viento y de sal
Te requiebra el alma
Y la está llevando
Y te vas hacia allá
Como en sueños
Dormida, Alfonsina
Vestida de mar.
Una bota, después la otra, estaba dispuesto. La claridad no llegaba aún hasta aquella caseta de bosque, pero había que partir. El camino estaba trazado, así que, a pesar de la penumbra, no había que preocuparse. La noche nos cierra unos sentidos, pero nos despeja otros. Sentía cada huella que dejaba a cada paso como si hiciera la presión con un molde, como si fuera el rastro imprescindible para venir a buscarlo. Y esa incursión no le parecía tan improbable porque su meta tenía riesgo, más por empeñarse en acometerla en solitario.
Somos frágiles. Por eso es importante confiar. En uno mismo. En lo que queremos. En lo que tenemos entre las manos.
La espesura tintaba de verde y marrón los contornos. La marcha nocturna le pintaba los ojos de buho y estiraba sus orejas de soplillo. Era uno más en ese territorio salvaje. Lo sabía y seguía su desarrollado instinto. Y el sol rompió el silencio de la oscuridad. Abrió un resquicio de calor en el recorrido otoñal. Todo el paisaje mutó a una banda de luz más inteligible. Breve, observó esa transfiguración, para continuar luego su trayecto.
El camino se repechaba, seguía un curso rectilíneo entre las coníferas. Llevaba ya 10 horas de caminar y sentía que estaba cerca, muy cerca de destino. Al coronar el cerro la distancia se prolongaba, el bosque cedía un claro. Y allí en medio del espacio despejado lo vió. Un enorme secuoia ocupaba todo el frente visual. Se acercó e impuso las plantas de sus manos sobre la corteza, que inmediatamente se abrió.
Ahora que ya ha pasado tanto tiempo te lo puedo contar. El árbol se abrió y él se coló dentro. Después hubo una ignición y surgió un cohete que desprendiéndose de la corteza vegetal apuntó su vuelo hacia el azul.
Querido nieto, yo era aquel hombre y hoy has de saber que tú también procedes de las estrellas.
Los días eran agotadores. Trabajar de sol a sol sin apenas descanso, y en plena canícula. Su único relajo era ese momento justo cuando el sol tocaba el suelo y su inmensa bola era deglutida por la tierra. El sol era precioso, pero a ella le himnotizaban las nubes, el color del que se disfrazaban, las irisaciones luminosas que incidían en línea recta a su sensibilidad. Cada atardecer.
Y vuelta a empezar, otro día sin reposo. ¿De qué color se vestirán hoy las nubes?
Empezaba el extasis del atardecer y desde su elevación habitual esperaba el travelling colorista de emociones y texturas. Casi no se dio cuenta cuando todo se oscureció y una fuerte presión le aplastó sin remedio.
- Hay que ver que no puedes ir a ningún lado que no te invadan las hormigas. Una menos.
La piel es un calendario. Tersa y expuesta la adolescencia le presta la osadía y la curiosidad. Con el contacto se busca el amor aunque el viaje se pare en la estación del placer. Es el tiempo del descubrimiento.
Más adelante la piel se va curtiendo y da cuando recibe, se convierte en más cautelosa, menos impulsiva, de color tiznado, ha perdido el blanco virginal.
Hoy, veo los surcos en mi frente en el espejo y pienso qué hubiera sido de haber podido atravesar el espejo. Qué tontería! Ahora ya no hay remedio, cada surco es una página de mi biografía. La piel tiene memoria y me recuerda lo que yo olvidé, las vidas que tuve y las que soñé. La historia.
Cuando des la mano a otra persona, concentraté e inspira hondo, verás que, como en un corto, te aparecen secuencias de su vida. Es el mensaje que está escrito en la piel, un cofre lleno de tesoros, siempre por descubrir.
El día que los truenos se desaten será el momento. Recuerdo esa frase enigmática de mi abuela, que por cierto no era nada bruja. Yo la conocí abuela toda mi vida, recogida, vestida de negro, con una mirada dulce y profunda, no creo que le faltara ningún surco por definir en la frente y con unas manos siempre cálidas y extremadamente tersas con relación al resto de sus facciones. Esas manos tenían algo terapéutico. Te cogían las tuyas y una corriente de bienestar fluía, pero ella no era nada bruja.
El día que los truenos se desaten será el momento. Se lo debí oir centenares de veces. Yo suponía que algo tan cierto debería ponerla sobre aviso, pero nada, seguía su vida día a día con idéntica rutina.
Así llegó el día, el largamente presagiado. Una tormenta infernal se desató en la comarca. Y empezó a llover y llover hasta un número elevado a n. Viendo el panorama abandonamos el hormiguero en orden y sin bajas. Excepto la abuela que ahí se quedó enfrentando el temporal quitándose incluso los escudos metálicos del pecho. Para ella no valía reconvertirse o intentar huir, era el momento previsto. Nunca más supimos de la abuela, aunque de tanto en tanto encontramos la caja de cerezas abierta. Sabiendo lo que le gustaban, estoy empezando a pensar si realmente no era un poco bruja.
La leyenda alimentaba la idea de que aquel sauce creció en donde ella era un recuerdo. Es cierto que en aquella zona se le enterró clandestinamente, tan es así que nadie sabe exactamente donde quedó su cuerpo. Era pues una leyenda.
Él nunca la llegó a conocer, pero se había empapado de sus poemas, sus largos versos de soledad y recuerdos. También de contestación y grito de libertad contra el fascismo. Los había memorizado en su mayoría. Caminaba despacio recitándolos en dirección al árbol. El verano estaba rabioso y al mediodía el sol hería como una daga. Así, llegar al sauce fue una bendición. Se sentó apoyando la espalda en el tronco y empezó a soñar. Cerrando los ojos intentaba imaginar a Marina en su esplendor, escribiendo poemas encendidos que inflamaran a los combatientes en el cerco de Madrid. Y bien que lo consiguió, era un altavoz vigoroso y constante, una voz inagotable comprometida con la causa.
Sería el calor, el ensimismamiento de aquellos recuerdos, o la hora del día, pero quedó dormido. Dormido se pensaba mientras raices salidas del árbol le iban abrazando y cubriendo hasta tal punto que al cabo quedó enlazado al sauce en un abrazo conyugal, sin retorno, en un sueño de fellicidad.
Así se cuenta la leyenda de aquel enamorado de Marina que soñando con ella fue rodeado y convertido en materia vegetal del sauce que le daba sombra. Desde entonces el sauce dejó de llorar y sus hojas y frutos son más brillantes y bellos.
Las vacaciones de verano tenían esa parte oscura, tristona, la nostalgia con que el día de marchar lanzabas una última mirada al mar. Querrías no hacerlo porque el corazón se encogía como una esponja cuando la escurrres, pero era imposible. Ese instante resumía todos los días de actividad al sol y las largas horas nadando en el mar, también las noches de música, alcohol y compañía. El verano era para ella la suma expresión del deleite. Llenaba todos sus instintos y los vaciaba después. Nada había comparable al verano en el mar.
De vuelta a Madrid un manto caía sobre el pasado y la vida, el trabajo y la compañía de sus amigos ponían nueva tramoya a su paisaje, aunque nueva, nueva, no lo era tanto porque los componentes eran practicamente los mismos, sólo cambiaba el tiempo en los que se movían. La vida en la ciudad le entusiasmaba y su trabajo y las relaciones que le reportaba. Era genial.
Y llegaba el día que empezaba de nuevo las vacaciones. Con el mismo ritual, antes de coger el coche para marchar, volvía la vista y pensaba las cosas hermosas que dejaba atrás, los largos días de actividad creativa, labor que le entusiasmaba. Las noches de calor y susurros y todo ese tiempo que era para ella un deleite. Cerraba la puerta y sólo miraba hacia adelante. Ya tendría tiempo de contar a sus amigas todas las cosas interesantes que le estaban pasando. Porque si no pudiera contarlas su valor menguaría a la mitad.
Ella era de esa condición.
Los momentos especiales nos sobrevuelan de por vida.
Las instantáneas del verano para mí se fijan siempre en una playa. Al clarear, cuando el sol, inmenso, emerje del mar tendiendo su pelambrera naranja hasta la orilla, pasear. Reconocer los límites entre líquido, sólido y los pensamientos que evocan tiempos de alegría, de descubrimiento sobre las mismas huellas. También de adioses por los cuales el sonido de mis pasos no tiene ya el eco de aquellos otros que compartían conmigo la magia del renacimiento todas las mañanas.
Cuántas veces terminé el verano en aquel bar, donde el calor era un tiempo en retirada y los deseos volvían al campo de la frustración. Era el lugar perfecto para rebobinar: autocompasión y desespero servidos con poco hielo. Un verano más mi juventud había soltado amarras en un mar sin calado para navegar. El sueño del "amor de verano" quedaba pendiente en la agenda y mi crecimiento personal llevaba camino de convertirse en un enano sin esperanza. Ese año fue Marga, una chica de Barcelona que vivía en mi calle. Era una joven espigada y desenvuelta, que aún no había madurado lo que debía por su edad. Me atraía su ingenuidad y la falta de complejos con que me respondía. Quedé atrapado en las sedas de su adolescencia aún por modelar. No importaban los juegos que le interesaran, de niñas con otras niñas, me plegaba a su cercanía y era el incansable admirador de su luz. Me mostraba paciente, no quería agredir sus costumbres infantiles. Organicé mi cerco con respeto, sin violentar, dándole tiempo. Si alguna vez me creí un Napoleón de la estrategia debí fijarme en Waterloo porque, adiós, ella se fue. Sin más se fue. Otro año más compuesto y sin novia.
El cielo se fue cerrando y yo, desde las cristaleras del bar, con las nubes plomizas como telón de fondo, di por finalizado el verano. No tardó en verse un rayo vertical, como un látigo en mi pensamiento. Después explotó el trueno y la luz vaciló por un instante. Salí del bar justo cuando empezaban a caer las primeras gotas. Me dejé empapar por el agua, tan limpia, tan necesaria para lavar los recuerdos y permitirme volver al año siguiente con la esperanza intacta de encontrar ese primer amor idealizado.
...pasar como una brisa dulce y cálida entre tus labios
...soñar en tus ojos y mirar al mar a través de ellos
...esquivar las balas de tu maldad
...amar la llama que nace en tu alma
...coger tu mano y llevarla a mi corazón
...darte un suspiro, un aliento, un poquito de calor
...abrazarte con ternura, depositar un beso en tu mejilla
pero no puedo, no te encuentro, no me encuentro
Tengo...
...mil rabias por dentro que me destronan
...ochenta y una razones de cobardía
...veintisiete lamentos olvidados
...cuarenta mil mascaras mentirosas
...doscientas manos en el aire y ni una se posa en tu hombro
...tres mil voces que cautivan y una sola verdadera
...tres lenguas viperinas, la de la boca, la del corazón y la del alma
...profunda oscuridad en la mirada
...y un solo corazón que te ama
Por eso no te encuentro, no me encuentro y sólo... sólo me gustaría
Nunca la olvidó. Era su vieja casa en el borde del arrecife. Se la quedó
en la caja de música de las olas en la rompiente y en todos los aromas a
mar, a tierra tras la tormenta, a rocas sobre la tempestad y sobre todo en
la luna llena a través del gran balcón del salón. Mantenía la memoria
impegnada de esos momentos en los que bailaba con ella a la luz de la
luna. El suelo encerado, brillante, como una pista de hielo para deslizar.
La asía por la cintura y la levedad de su cuerpo casi la hacía flotar al
girar y girar al son de su vals. Fueron horas y horas, todo un tiempo que
se detuvo tras la rapida muerte de su bailarina, a la que siguió al poco
la suya.
Cómo abandonarla, su vieja casa al borde del arrecife. La luna llena se
encargaba de revivir su presencia en el salón de baile.
Nunca la dejó. Su tren de madrugada no consiguió trazar la frontera entre
siempre o jamás.
Ahora recuerdo con nitidez aquella noche, que siendo igual a todas sus antecesoras, fue radicalmente distinta. Estaba en su casa…
Esa noche llovía lentamente, sin ganas… Finas gotas que parecían pedirse permiso unas a otras para caer. Yo las observaba con la mirada perdida, elucubrando razones matemáticas que me diesen la solución a lo que equivaldría, en número de ellas, mojar absolutamente una superficie de un metro cuadrado.
La naturaleza es sabia, demasiado para mí. Yo no tenía ni siquiera idea de los elementos a tener en cuenta en esa ecuación desvertebrada, todo era relativo; ya lo dijo Einstein, con su famosa teoría. Cabía reflexionar y atender a varias incógnitas, no sólo el diámetro de la gota, si no también factores como la naturaleza del suelo: tierra, cemento, hormigón, terrenos pedregosos o directamente pétreos, la temperatura del ambiente y la del suelo, la velocidad, demasiados principios y fundamentos para tan poca lluvia… Todo era extenuante, anodino, y yo me dejaba llevar por la desgana.
Se me estaba ocurriendo que todo hubiese sido más fácil si hubiese estudiado letras, pero a mi padre siempre se le antojó que las letras eran cosas de gandules, tan sólo merecían su aprobación los jueces y magistrados, a los que tachaba sin remordimiento alguno de vividores y vendidos al sistema.
Mi mano ya estaba cansada de sujetar aquella inútil cortina de seda, y la dejé resbalar por entre mis dedos.
Las gotas de lluvia seguían cayendo más lentamente aún si cabe a través del fino velo blanco, si hubiesen hablado, si hubiesen tenido el poder de comunicarse conmigo estoy segura de que habrían llegado a hipnotizarme.
Tanta era mi abstracción que no oí en ningún momento los pasos rápidos y respiración acelerada de María, que se dirigían estrepitosamente hacia mí.
—Señora, señora, su padre de Ud.… —se paró en seco a escasos centímetros de mi espalda—. Señora, ¿me está oyendo? ¿Se-ño-ra? —me tanteó la espalda con mucha precaución.
Me sobresalté al notar el roce de su mano
—María, ¿qué es lo que te pasa? —vi su cara blanquecina llena de ojos exaltados—. Vamos di lo que sea.
—Su padre de Ud., acaban de llamar del hospital…
—¿Y?
—Acaba de fallecer.
Me volví hacía la ventana, pero ya la lluvia había desaparecido.
—Está bien María, retírate, yo me ocupo de todo, y por favor, a partir de hoy llámame Lucia. Las cosas van a cambiar…, empezaremos por esta.