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Trastos & Letras

próximo año, próximo cursillo????????

ALGUIEN SABE ALGO DE LO QUE VA A PASAR ESTA PRÓXIMA TEMPORADA??????

QUE ME DIGAIS ALGO, JOERRRRRRR, QUE NO ME ENTERO DE NA

BESILLOSSSSSSSSS

PLAYA

 

La playa, el verano, eran rompeolas de andanzas tempranas, el alambique por donde, en un hilillo fino, se destilaban juventud y sueños, deseos y aventuras. Aún tengo su eco.

Los veranos visten mis recuerdos de arena y de mar, juegos colectivos, miradas y besos ambicionados, a veces someros, como las aguas de la playa hasta la cintura, ¡¡ojo con ir más adentro!!

Pasan las bicicletas como sonidos de risas compartidas por chistes groseros, voces en busca de su camino, de más tiempo, que no volverá. Siguen olores pegados a la imagen de los pescadores levando a sus lomos las barcas hasta flotar más allá de la espuma. La quilla lamiendo el sabor azul. Es una mirada cíclica estimulada por la misma postal, la que fotografió una época tan especial que aunque quiera frotar nunca se desprenderá de mi piel.

LAGRIMA

Lo esperaba. Mis células se apretaban a la contra y fruncían su apecto. Se notaba la tensión. El silencio, como un nubarrón negro, oscurecía el momento. Era todo un presagio. No tardaron en aparecer los temblores y ciertos espasmos contenidos. El escenario estaba servido. Me dejé llevar. Una lágrima me surcó. Sigo siendo la mejilla más húmeda del verano. Lo esperaba.

MAR

Siendo escolares aprendieron cuan mayor es la superficie del mar que la de la tierra y decidieron hacerse marinos. No era ninguna decisión intrépida pues sus familias eran de antiguo marineras. Vivían en el puerto de Luarca.
Los siete compañeros se fueron adiestrando en las artes de navegar y siendo de la misma edad tuvieron su bautismo de navío en una misma jornada de fiesta.
Siete mares para siete navíos, siete amigos, siete vidas.
Su destino iba tan unido que la desgracia les tocó a la vez. El mismo día naufragaron. Siete naufragios, siete tragedias. Pero no el fin de sus historias.
Cuenta una leyenda que el fondo de los siete mares está comunicado y todos confluyen en una burbuja donde la vida es posible. Dicen que los siete marinos se volvieron a juntar allí y que las noches de luna nueva cuando el silencio es más oscuro que el cielo se oye vagamente una voz de mujer que recita poemas de Alfonsina Storni. Quién sabe si incluso sea ella...

Te vas Alfonsina
Con tu soledad
¿Qué poemas nuevos
Fueste a buscar?
Una voz antigua
De viento y de sal
Te requiebra el alma
Y la está llevando
Y te vas hacia allá
Como en sueños
Dormida, Alfonsina
Vestida de mar.

BOSQUE

 

Una bota, después la otra, estaba dispuesto. La claridad no llegaba aún hasta aquella caseta de bosque, pero había que partir. El camino estaba trazado, así que, a pesar de la penumbra, no había que preocuparse. La noche nos cierra unos sentidos, pero nos despeja otros. Sentía cada huella que dejaba a cada paso como si hiciera la presión con un molde, como si fuera el rastro imprescindible para venir a buscarlo. Y esa incursión no le parecía tan improbable porque su meta tenía riesgo, más por empeñarse en acometerla en solitario.

Somos frágiles. Por eso es importante confiar. En uno mismo. En lo que queremos. En lo que tenemos entre las manos.

La espesura tintaba de verde y marrón los contornos. La marcha nocturna le pintaba los ojos de buho y estiraba sus orejas de soplillo. Era uno más en ese territorio salvaje. Lo sabía y seguía su desarrollado instinto. Y el sol rompió el silencio de la oscuridad. Abrió un resquicio de calor en el recorrido otoñal. Todo el paisaje mutó a una banda de luz más inteligible. Breve, observó esa transfiguración, para continuar luego su trayecto.

El camino se repechaba, seguía un curso rectilíneo entre las coníferas. Llevaba ya 10 horas de caminar y sentía que estaba cerca, muy cerca de destino. Al coronar el cerro la distancia se prolongaba, el bosque cedía un claro. Y allí en medio del espacio despejado lo vió. Un enorme secuoia ocupaba todo el frente visual. Se acercó e impuso las plantas de sus manos sobre la corteza, que inmediatamente se abrió.

Ahora que ya ha pasado tanto tiempo te lo puedo contar. El árbol se abrió y él se coló dentro. Después hubo una ignición y surgió un cohete que desprendiéndose de la corteza vegetal apuntó su vuelo hacia el azul.

Querido nieto, yo era aquel hombre y hoy has de saber que tú también procedes de las estrellas.

NOCHE

La noche le transfiguraba. La oscuridad produce esos efectos en muchos seres vivos. No se trataba de nada físico, ni tenía que ver con cambios licantrópicos lunares, era algo interno. Su pensamiento y su lógica tomaban un rumbo diferente. No tengo explicación para el fenómeno, pero no es tan extraño que el influjo del sol y la luz nos hagan comportarnos distinto que la noche y la oscuridad.
Lo primero que ocurría en su caso era la dificultad para dormir, lo que le dejaba muchas horas para pensar, trabajar o distraerse en Internet. No era extraño ver la luz de su mesa más allá de la tres de la madrugada. Claro, eso es bastante tiempo como para pensar en temas existenciales, metafísicos, introspecciones muchas veces sin salida, sólo rumias de ideas que por la noche afloraban. Le parecía ser un fluido o la fuente por donde manaba, era una sensación placentera, pero agotadora, era como si se vaciara. En ese momento cerraba la caja, su piel se hacía sábana y el sueño la sacaba a bailar.

Suelo

Los días eran agotadores. Trabajar de sol a sol sin apenas descanso, y en plena canícula. Su único relajo era ese momento justo cuando el sol tocaba el suelo y su inmensa bola era deglutida por la tierra. El sol era precioso, pero a ella le himnotizaban las nubes, el color del que se disfrazaban, las irisaciones luminosas que incidían en línea recta a su sensibilidad. Cada atardecer.
Y vuelta a empezar, otro día sin reposo. ¿De qué color se vestirán hoy las nubes?
Empezaba el extasis del atardecer y desde su elevación habitual esperaba el travelling colorista de emociones y texturas. Casi no se dio cuenta cuando todo se oscureció y una fuerte presión le aplastó sin remedio.
- Hay que ver que no puedes ir a ningún lado que no te invadan las hormigas. Una menos.

HIELO

No pude dejar de observarlo. En el suelo, junto a la cama en el lado de su mesilla, había un charco de agua. Imposible reprimir mi curiosidad. Le pregunté.
- Creo que mis sueños deben ser muy tristes porque cada día al levantarme encuentro un charco de lágrimas en un costado de la cama.
Pobre Carina, lleva sola muchos años, se debe encontrar mal.
Otra noche, el calor no me dejaba dormir y fui a la cocina a beber. Al pasar por su dormitorio vi la luz encendida y empujé la puerta levemente para apagar. En la primera mirada no entendí la situación. Carina rodeaba con sus brazos una especie de escultura traslúcida. Conforme fui fijando la atención me di cuenta de que era la figura de un hombre, pero parecía, qué sé yo, como de hielo. Tanto debí estar en la puerta que al final, en un movimiento en la cama, se quedaron encarados a mí. Me quedé paralizada absurdamente y ellos me miraron con el horror de quien es pillado in fraganti. En ese momento él se levanto de la cama quedó erguido junto al lateral y se deshizo como por efecto de un fogonazo de calor.
Un charco de agua en el suelo es todo lo que quedó. Y Carina, se durmió profundamente.

ESPEJO

Era un acto inconsciente, muy constante. Siempre que pasaba por el gran espejo del recibidor se paraba un instante para darse un vistazo de arriba a abajo. Ni coquetería ni curiosidad, un acto reflejo sellado día a día durante años. Llegó a compenetrarse tanto con su imagen en el espejo que hasta le hablaba, bailaba delante de él, además de hacer todo tipo de retoques a su imagen hasta que se acababa pareciendo.
Curiosamente conoció a un fabricante de espejos. Le habló de la posibilidad de rescatar de ellos las imágenes capturadas en el tiempo. Le miró incredula y cambiaron de conversación. Hoy ha recibido un paquete con 11 cuadernos de fotos. Es ella desde pequeña hasta la fecha.
El espejo ha desaparecido del vestíbulo. Ahora se entretiene en su cuarto ojeando despacio las estaciones de ánimo que se agolpan en sus fotos. Y son tantas...

PIEL

La piel es un calendario. Tersa y expuesta la adolescencia le presta la osadía y la curiosidad. Con el contacto se busca el amor aunque el viaje se pare en la estación del placer. Es el tiempo del descubrimiento.
Más adelante la piel se va curtiendo y da cuando recibe, se convierte en más cautelosa, menos impulsiva, de color tiznado, ha perdido el blanco virginal.
Hoy, veo los surcos en mi frente en el espejo y pienso qué hubiera sido de haber podido atravesar el espejo. Qué tontería! Ahora ya no hay remedio, cada surco es una página de mi biografía. La piel tiene memoria y me recuerda lo que yo olvidé, las vidas que tuve y las que soñé. La historia.
Cuando des la mano a otra persona, concentraté e inspira hondo, verás que, como en un corto, te aparecen secuencias de su vida. Es el mensaje que está escrito en la piel, un cofre lleno de tesoros, siempre por descubrir.

TORMENTA

 

El día que los truenos se desaten será el momento. Recuerdo esa frase enigmática de mi abuela, que por cierto no era nada bruja. Yo la conocí abuela toda mi vida, recogida, vestida de negro, con una mirada dulce y profunda, no creo que le faltara ningún surco por definir en la frente y con unas manos siempre cálidas y extremadamente tersas con relación al resto de sus facciones. Esas manos tenían algo terapéutico. Te cogían las tuyas y una corriente de bienestar fluía, pero ella no era nada bruja.

El día que los truenos se desaten será el momento. Se lo debí oir centenares de veces. Yo suponía que algo tan cierto debería ponerla sobre aviso, pero nada, seguía su vida día a día con idéntica rutina.

Así llegó el día, el largamente presagiado. Una tormenta infernal se desató en la comarca. Y empezó a llover y llover hasta un número elevado a n. Viendo el panorama abandonamos el hormiguero en orden y sin bajas. Excepto la abuela que ahí se quedó enfrentando el temporal quitándose incluso los escudos metálicos del pecho. Para ella no valía reconvertirse o intentar huir, era el momento previsto. Nunca más supimos de la abuela, aunque de tanto en tanto encontramos la caja de cerezas abierta. Sabiendo lo que le gustaban, estoy empezando a pensar si realmente no era un poco bruja.

Abrazo vegetal

La leyenda alimentaba la idea de que aquel sauce creció en donde ella era un recuerdo. Es cierto que en aquella zona se le enterró clandestinamente, tan es así que nadie sabe exactamente donde quedó su cuerpo. Era pues una leyenda.
Él nunca la llegó a conocer, pero se había empapado de sus poemas, sus largos versos de soledad y recuerdos. También de contestación y grito de libertad contra el fascismo. Los había memorizado en su mayoría. Caminaba despacio recitándolos en dirección al árbol. El verano estaba rabioso y al mediodía el sol hería como una daga. Así, llegar al sauce fue una bendición. Se sentó apoyando la espalda en el tronco y empezó a soñar. Cerrando los ojos intentaba imaginar a Marina en su esplendor, escribiendo poemas encendidos que inflamaran a los combatientes en el cerco de Madrid. Y bien que lo consiguió, era un altavoz vigoroso y constante, una voz inagotable comprometida con la causa.
Sería el calor, el ensimismamiento de aquellos recuerdos, o la hora del día, pero quedó dormido. Dormido se pensaba mientras raices salidas del árbol le iban abrazando y cubriendo hasta tal punto que al cabo quedó enlazado al sauce en un abrazo conyugal, sin retorno, en un sueño de fellicidad.
Así se cuenta la leyenda de aquel enamorado de Marina que soñando con ella fue rodeado y convertido en materia vegetal del sauce que le daba sombra. Desde entonces el sauce dejó de llorar y sus hojas y frutos son más brillantes y bellos.

INTENSIDAD

Las vacaciones de verano tenían esa parte oscura, tristona, la nostalgia con que el día de marchar lanzabas una última mirada al mar. Querrías no hacerlo porque el corazón se encogía como una esponja cuando la escurrres, pero era imposible. Ese instante resumía todos los días de actividad al sol y las largas horas nadando en el mar, también las noches de música, alcohol y compañía. El verano era para ella la suma expresión del deleite. Llenaba todos sus instintos y los vaciaba después. Nada había comparable al verano en el mar.

De vuelta a Madrid un manto caía sobre el pasado y la vida, el trabajo y la compañía de sus amigos ponían nueva tramoya a su paisaje, aunque nueva, nueva, no lo era tanto porque los componentes eran practicamente los mismos, sólo cambiaba el tiempo en los que se movían. La vida en la ciudad le entusiasmaba y su trabajo y las relaciones que le reportaba. Era genial.

Y llegaba el día que empezaba de nuevo las vacaciones. Con el mismo ritual, antes de coger el coche para marchar, volvía la vista y pensaba las cosas hermosas que dejaba atrás, los largos días de actividad creativa, labor que le entusiasmaba. Las noches de calor y susurros y todo ese tiempo que era para ella un deleite. Cerraba la puerta y sólo miraba hacia adelante. Ya tendría tiempo de contar a sus amigas todas las cosas interesantes que le estaban pasando. Porque si no pudiera contarlas su valor menguaría a la mitad.

Ella era de esa condición.

gotas de vivir

Los días se le hacían interminables. Más bien los días y las noches. Todo era un continuo, sin líneas de color que lo separara, sin ruido ni silencio, en un absurdo vacío rasgado de oscuridad. En realidad nada de esto lo supo hasta después, por entonces era insensible, no era nada, y sin embargo era consciente. Tuvo que ser la lluvia, el agua mágica, la que obró la metamorfosis. El capullo se abrió y explotó en colores y aromas que impregnaron de luz la luz y de música al sonido dando volumen a su vida. Luego pasó, pero la vida en aquellos instantes le compró la eternidad, esa que está esperando para escalar por tu talle en cuanto otra nube venga para mojarte. Por favor, no traigas paraguas.

Sol y huellas

Los momentos especiales nos sobrevuelan de por vida.
Las instantáneas del verano para mí se fijan siempre en una playa. Al clarear, cuando el sol, inmenso, emerje del mar tendiendo su pelambrera naranja hasta la orilla, pasear. Reconocer los límites entre líquido, sólido y los pensamientos que evocan tiempos de alegría, de descubrimiento sobre las mismas huellas. También de adioses por los cuales el sonido de mis pasos no tiene ya el eco de aquellos otros que compartían conmigo la magia del renacimiento todas las mañanas.

Capítulo 1 (primera parte) Niña Lucia

CAPÍTULO 1: NIÑA LUCIA

 

Estar de nuevo en esa casa me trajo recuerdos felices e inesperados después de todo lo pasado.

 

El escritorio de mi padre, sus papeles, el olor a incienso de canela, el orden estricto en cada una de las distancias que se formaban entre las distintas herramientas que utilizaba para su trabajo, tan pulcras, tan estudiadas que parecían obedecer a un complejísimo cálculo matemático.

 

La enorme mesa de dibujo, con los planos extendidos, su regla atravesándola en toda su anchura, sujetada por la cuerdecita que le ayudaba a trazar los ángulos rectos, su cartabón y escuadra, ambos perfectamente alineados a la derecha… 

 

Mi padre siempre me reñía, no quería que jugase allí, le molestaba el solo hecho de verme de aquí para allá. Él me decía que cuando entraba a su despacho todos los planetas se desbarajustaban y perdían la cuadratura del universo. Yo no lo entendía, en realidad no lo entendí nunca. No sólo buscaba su compañía, si no que quería agradarle en todo momento, pero cuanto más me esforzaba, menos lo conseguía.

 

Cuando se sentaba en el taburete y empezaba a derramar tinta en forma de líneas rectas o curvas, yo lo observaba y me sentía en medio de un ritual casi místico; su mirada perdida más allá del horizonte del papel, recreando unas estructuras tan sólo imaginadas en su cabeza que poco a poco iban delineando siluetas y perfiles de edificios en aquel papel cebolla intocable. No me dejaba acercarme bajo castigo de quedarme sin cenar, o de quedarme sin cuento para dormir, y esto último sí que me dolía de verdad.

 

Así que mientras él transformaba sus ideas en planos milimétricos, yo abría el cajón de la derecha del escritorio, el de en medio, el de arriba permanecía siempre cerrado con llave, cogía papeles de carta y un sobre con los márgenes de colores rojo, azul y blanco, y empezaba a dibujar y a garabatear rallajos en ellos. Mi padre de vez en cuando me observaba de reojo y me preguntaba: —¿Qué haces Lucia? —, y yo siempre le respondía lo mismo —escribir una carta a mamá—, después simulaba firmar con mucha afectación pues mi padre pensaba y me hizo pensar a mí, que lo más importante y significativo de una carta era la firma. Por ella eras respetado o vilipendiado.

 

 

 

 

 

Al llegar a la casa después del entierro, una chica joven del servicio, nos acompañó a María y a mí a la habitación que habían preparado para nosotras. Era la antigua estancia de invitados donde normalmente se alojaban mis tíos cuando venían de visita, aunque lo hacían muy de vez en cuando.

 

Constaba de dos estancias en una, en la principal se encontraba una gran cama de matrimonio, con su ropero, mesillas, una mesa y dos sillas, un escritorio, un espejo antiguo encima del tocador. El ambiente quedaba algo enrarecido ante tan profusa decoración añeja. La otra estancia era de dimensiones más reducidas, se empleaba para alojar a algún bebé y en su caso para la niñera.

 

María acomodó su ligero equipaje en la pequeña cama y enseguida empezó a deshacer mis maletas y colocarlo todo en su sitio.

 

El hecho de estar en esa habitación me hizo sentir como lo que era: una visita con fecha de caducidad. No es que me molestase en exceso, pero me hubiese sentido más cómoda en mi habitación. Me imaginé que estaría totalmente cambiada, que no quisieron que me sintiese aún peor.

 

Mi cuarto era mi santuario, siempre al salir del despacho de papá me llevaba mis dibujos y las cartas para mamá. Me entretenía en dibujar los sellos, mi padre decía que los sellos los debía hacer cada uno de modo particular, y que cuanto más bonito fuese el sello, más rápido le llegaría a mamá.

 

Me pasaba días y días pintándolos y repasándolos, hasta que por fin estaban preparados para darle las cartas perfectamente selladas al cartero.

 

Éste mi miraba con una cara extraña, cogía la carta y siempre alzaba los ojos hacía la ventana de mi padre antes de meterla en el saco. Más de una vez vi a mi padre entre las cortinas asintiendo con la cabeza a su mirada. Después me sonreía con tristeza, y yo no entendía por qué. Un día le dije que no estuviese triste, por que eran cartas para mi mamá para decirle que volviese pronto, que la quería mucho y que papá la echaba mucho de menos. Él me contestó que en ese caso se daría más prisa que nunca para que mi madre la recibiese cuanto antes.

 

No pude reprimir más mis ganas y mientras María seguía con sus labores, me fui al temido despacho.

 

Abrí la puerta, no sé si con miedo o respeto. Estaba todo oscuro. Las cortinas permanecían echadas sobre los ventanales cerrados. El olor a cerrado me dejó algo perpleja, siempre había sido un sitio agradable y luminoso. Descorrí los cortinajes, abrí los dos balcones de par en par, sin mirar a nada. Cuando volví mi vista atrás…, después de tantos años pude comprobar que permanecía igual, inamovible, como si de un cuadro de mi memoria se tratara.

 

Mi instinto me llevó al cajón de costumbre, seguía habiendo sobres y papel de carta, y algunas de mis pinturas. No supe como encajar eso. Mi padre y yo habíamos perdido toda relación y él no había cambiado nada de lugar, incluso durante los años en que yo aún estaba en casa y que ya no entraba a ese lugar, podrido ya para mí, no se deshizo de mis cosas.

 

Acariciaba ese papel entre mis dedos, inspeccionaba su rugosidad, lo llevé a mi nariz y sentí ese olor a papel viejo que tienen los libros de una biblioteca cuando no se usan en mucho tiempo. Cogí un sobre, seguían teniendo esos colores en los bordes. Mis pinturas estaban intactas, pero no me atrevía a tomarlas por miedo a que se deshiciesen entre mis dedos.

 

Rebuscando aún encontré una de mis cartas a mamá. La doblé y la introduje en uno de los sobres. Por inercia estaba a punto de dibujar un sello…

 

—¿Quién está ahí? —preguntó una voz dulce y apagada.

 

Me sobresalté, no esperaba a nadie. Y esa voz… me volví hacia la puerta. La imagen que vi fue como una alucinación. No era un fantasma. La había olvidado. No pregunté por ella en el entierro. No sé por qué, supongo que creí que ya estaba muerta.

 

—¡Abuela Amelia!

 

—¿Quién eres? Acércate. ¿Cómo te llamas?

 

—Soy Lucia abuela, tu nieta. ¿Te acuerdas de mí?

 

—Lucia, ¿eres tú mi niña Lucia? —preguntó emocionada.

 

—Abuela, perdona por no haber ido a verte antes, pensé que…

 

—No te preocupes. Lo entiendo. No es normal que una madre entierre a su hijo. Pero así es la vida.

 

Me acerqué a ella y la abracé. Hacía tanto tiempo que no lo hacía que yo también me turbé.

 

—¿Qué haces niña Lucia? — me preguntó señalándome la carta que llevaba todavía en la mano.

 

—Nada, era una de mis cartas para mamá.

 

—¡Ah! Lo recuerdo como si fuese ayer mi niña. Me hacías escribir el remite de todas ellas. ¡Ay! Y total para nada…

 

—¿Cómo? ¿Por qué dices eso abuela?

 

—Señora… perdón Lucia, le llama tu marido —María me alargó el móvil— Lo tenía encima de la cama, y me he tomado la libertad de contestar.

 

—No te preocupes María. No pasa nada. Está bien.

 

—Bueno niña Lucia, voy a ordenar que preparen la comida, mientras tu atiendes a tu esposo. Ya hablamos más tarde.

 

—Sí, está bien abuela. Luego hablamos.

 

—Hello, Michael. How about you?

 

No estuvimos mucho tiempo hablando por que apenas tenía batería. Volví a la habitación para ponerlo a cargar.

 

Las palabras de mi abuela me dejaron absorta, pero decidí no darle más importancia, Mi abuela tenía casi cien años y probablemente su cabeza empezaba a fallarle. Preferí descansar un rato. Me tumbé totalmente estirada en la cama y al cabo de muy poco estaba profundamente dormida.

 

Tuve un sueño extraño y repetitivo, no veía nada, y mi abuela me decía: —niña Lucia, ¿otra carta para mamá? —.

 

Tormenta de cada verano

Cuántas veces terminé el verano en aquel bar, donde el calor era un tiempo en retirada y los deseos volvían al campo de la frustración. Era el lugar perfecto para rebobinar: autocompasión y desespero servidos con poco hielo. Un verano más mi juventud había soltado amarras en un mar sin calado para navegar. El sueño del "amor de verano" quedaba pendiente en la agenda y mi crecimiento personal llevaba camino de convertirse en un enano sin esperanza. Ese año fue Marga, una chica de Barcelona que vivía en mi calle. Era una joven espigada y desenvuelta, que aún no había madurado lo que debía por su edad. Me atraía su ingenuidad y la falta de complejos con que me respondía. Quedé atrapado en las sedas de su adolescencia aún por modelar. No importaban los juegos que le interesaran, de niñas con otras niñas, me plegaba a su cercanía y era el incansable admirador de su luz. Me mostraba paciente, no quería agredir sus costumbres infantiles. Organicé mi cerco con respeto, sin violentar, dándole tiempo. Si alguna vez me creí un Napoleón de la estrategia debí fijarme en Waterloo porque, adiós, ella se fue. Sin más se fue. Otro año más compuesto y sin novia.

El cielo se fue cerrando y yo, desde las cristaleras del bar, con las nubes plomizas como telón de fondo, di por finalizado el verano. No tardó en verse un rayo vertical, como un látigo en mi pensamiento. Después explotó el trueno y la luz vaciló por un instante. Salí del bar justo cuando empezaban a caer las primeras gotas. Me dejé empapar por el agua, tan limpia, tan necesaria para lavar los recuerdos y permitirme volver al año siguiente con la esperanza intacta de encontrar ese primer amor idealizado.

Me gustaría

...pasar como una brisa dulce y cálida entre tus labios

 

...soñar en tus ojos y mirar al mar a través de ellos

 

...esquivar las balas de tu maldad

 

...amar la llama que nace en tu alma

 

...coger tu mano y llevarla a mi corazón

 

...darte un suspiro, un aliento, un poquito de calor

 

...abrazarte con ternura, depositar un beso en tu mejilla

 

pero no puedo, no te encuentro, no me encuentro

 

Tengo...

 

...mil rabias por dentro que me destronan

 

...ochenta y una razones de cobardía

 

...veintisiete lamentos olvidados

 

...cuarenta mil mascaras mentirosas

 

...doscientas manos en el aire y ni una se posa en tu hombro

 

...tres mil voces que cautivan y una sola verdadera

 

...tres lenguas viperinas, la de la boca, la del corazón y la del alma

 

...profunda oscuridad en la mirada

 

...y un solo corazón que te ama

 

Por eso no te encuentro, no me encuentro y sólo... sólo me gustaría

luna llena

 

Nunca la olvidó. Era su vieja casa en el borde del arrecife. Se la quedó
en la caja de música de las olas en la rompiente y en todos los aromas a
mar, a tierra tras la tormenta, a rocas sobre la tempestad y sobre todo en
la luna llena a través del gran balcón del salón. Mantenía la memoria
impegnada de esos momentos en los que bailaba con ella a la luz de la
luna. El suelo encerado, brillante, como una pista de hielo para deslizar.
La asía por la cintura y la levedad de su cuerpo casi la hacía flotar al
girar y girar al son de su vals. Fueron horas y horas, todo un tiempo que
se detuvo tras la rapida muerte de su bailarina, a la que siguió al poco
la suya.
Cómo abandonarla, su vieja casa al borde del arrecife. La luna llena se
encargaba de revivir su presencia en el salón de baile.
Nunca la dejó. Su tren de madrugada no consiguió trazar la frontera entre
siempre o jamás.

Otro boceto de una nueva historia

Ahora recuerdo con nitidez aquella noche, que siendo igual a todas sus antecesoras, fue radicalmente distinta. Estaba en su casa…

 

 

 

Esa noche llovía lentamente, sin ganas… Finas gotas que parecían pedirse permiso unas a otras para caer. Yo las observaba con la mirada perdida, elucubrando razones matemáticas que me diesen la solución a lo que equivaldría, en número de ellas, mojar absolutamente una superficie de un metro cuadrado.

 

La naturaleza es sabia, demasiado para mí. Yo no tenía ni siquiera idea de los elementos a tener en cuenta en esa ecuación desvertebrada, todo era relativo; ya lo dijo Einstein, con su famosa teoría. Cabía reflexionar y atender a varias incógnitas, no sólo el diámetro de la gota, si no también factores como la naturaleza del suelo: tierra, cemento, hormigón, terrenos pedregosos o directamente pétreos, la temperatura del ambiente y la del suelo, la velocidad, demasiados principios y fundamentos para tan poca lluvia… Todo era extenuante, anodino, y yo me dejaba llevar por la desgana.

 

Se me estaba ocurriendo que todo hubiese sido más fácil si hubiese estudiado letras, pero a mi padre siempre se le antojó que las letras eran cosas de gandules, tan sólo merecían su aprobación los jueces y magistrados, a los que tachaba sin remordimiento alguno de vividores y vendidos al sistema.

 

Mi mano ya estaba cansada de sujetar aquella inútil cortina de seda, y la dejé resbalar por entre mis dedos.

 

Las gotas de lluvia seguían cayendo más lentamente aún si cabe a través del fino velo blanco, si hubiesen hablado, si hubiesen tenido el poder de comunicarse conmigo estoy segura de que habrían llegado a hipnotizarme.

 

Tanta era mi abstracción que no oí en ningún momento los pasos rápidos y respiración acelerada de María, que se dirigían estrepitosamente hacia mí.

 

Señora, señora, su padre de Ud.se paró en seco a escasos centímetros de mi espalda. Señora, ¿me está oyendo? ¿Se-ño-ra? me tanteó la espalda con mucha precaución.

 

Me sobresalté al notar el roce de su mano

 

María, ¿qué es lo que te pasa? vi su cara blanquecina llena de ojos exaltados. Vamos di lo que sea.

 

Su padre de Ud., acaban de llamar del hospital…

 

¿Y?

 

Acaba de fallecer.

 

Me volví hacía la ventana, pero ya la lluvia había desaparecido.

 

Está bien María, retírate, yo me ocupo de todo, y por favor, a partir de hoy llámame Lucia. Las cosas van a cambiar…, empezaremos por esta.