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Trastos & Letras

INTENSIDAD

Las vacaciones de verano tenían esa parte oscura, tristona, la nostalgia con que el día de marchar lanzabas una última mirada al mar. Querrías no hacerlo porque el corazón se encogía como una esponja cuando la escurrres, pero era imposible. Ese instante resumía todos los días de actividad al sol y las largas horas nadando en el mar, también las noches de música, alcohol y compañía. El verano era para ella la suma expresión del deleite. Llenaba todos sus instintos y los vaciaba después. Nada había comparable al verano en el mar.

De vuelta a Madrid un manto caía sobre el pasado y la vida, el trabajo y la compañía de sus amigos ponían nueva tramoya a su paisaje, aunque nueva, nueva, no lo era tanto porque los componentes eran practicamente los mismos, sólo cambiaba el tiempo en los que se movían. La vida en la ciudad le entusiasmaba y su trabajo y las relaciones que le reportaba. Era genial.

Y llegaba el día que empezaba de nuevo las vacaciones. Con el mismo ritual, antes de coger el coche para marchar, volvía la vista y pensaba las cosas hermosas que dejaba atrás, los largos días de actividad creativa, labor que le entusiasmaba. Las noches de calor y susurros y todo ese tiempo que era para ella un deleite. Cerraba la puerta y sólo miraba hacia adelante. Ya tendría tiempo de contar a sus amigas todas las cosas interesantes que le estaban pasando. Porque si no pudiera contarlas su valor menguaría a la mitad.

Ella era de esa condición.

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