luna llena
Nunca la olvidó. Era su vieja casa en el borde del arrecife. Se la quedó
en la caja de música de las olas en la rompiente y en todos los aromas a
mar, a tierra tras la tormenta, a rocas sobre la tempestad y sobre todo en
la luna llena a través del gran balcón del salón. Mantenía la memoria
impegnada de esos momentos en los que bailaba con ella a la luz de la
luna. El suelo encerado, brillante, como una pista de hielo para deslizar.
La asía por la cintura y la levedad de su cuerpo casi la hacía flotar al
girar y girar al son de su vals. Fueron horas y horas, todo un tiempo que
se detuvo tras la rapida muerte de su bailarina, a la que siguió al poco
la suya.
Cómo abandonarla, su vieja casa al borde del arrecife. La luna llena se
encargaba de revivir su presencia en el salón de baile.
Nunca la dejó. Su tren de madrugada no consiguió trazar la frontera entre
siempre o jamás.
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