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Trastos & Letras

Otro boceto de una nueva historia

Ahora recuerdo con nitidez aquella noche, que siendo igual a todas sus antecesoras, fue radicalmente distinta. Estaba en su casa…

 

 

 

Esa noche llovía lentamente, sin ganas… Finas gotas que parecían pedirse permiso unas a otras para caer. Yo las observaba con la mirada perdida, elucubrando razones matemáticas que me diesen la solución a lo que equivaldría, en número de ellas, mojar absolutamente una superficie de un metro cuadrado.

 

La naturaleza es sabia, demasiado para mí. Yo no tenía ni siquiera idea de los elementos a tener en cuenta en esa ecuación desvertebrada, todo era relativo; ya lo dijo Einstein, con su famosa teoría. Cabía reflexionar y atender a varias incógnitas, no sólo el diámetro de la gota, si no también factores como la naturaleza del suelo: tierra, cemento, hormigón, terrenos pedregosos o directamente pétreos, la temperatura del ambiente y la del suelo, la velocidad, demasiados principios y fundamentos para tan poca lluvia… Todo era extenuante, anodino, y yo me dejaba llevar por la desgana.

 

Se me estaba ocurriendo que todo hubiese sido más fácil si hubiese estudiado letras, pero a mi padre siempre se le antojó que las letras eran cosas de gandules, tan sólo merecían su aprobación los jueces y magistrados, a los que tachaba sin remordimiento alguno de vividores y vendidos al sistema.

 

Mi mano ya estaba cansada de sujetar aquella inútil cortina de seda, y la dejé resbalar por entre mis dedos.

 

Las gotas de lluvia seguían cayendo más lentamente aún si cabe a través del fino velo blanco, si hubiesen hablado, si hubiesen tenido el poder de comunicarse conmigo estoy segura de que habrían llegado a hipnotizarme.

 

Tanta era mi abstracción que no oí en ningún momento los pasos rápidos y respiración acelerada de María, que se dirigían estrepitosamente hacia mí.

 

Señora, señora, su padre de Ud.se paró en seco a escasos centímetros de mi espalda. Señora, ¿me está oyendo? ¿Se-ño-ra? me tanteó la espalda con mucha precaución.

 

Me sobresalté al notar el roce de su mano

 

María, ¿qué es lo que te pasa? vi su cara blanquecina llena de ojos exaltados. Vamos di lo que sea.

 

Su padre de Ud., acaban de llamar del hospital…

 

¿Y?

 

Acaba de fallecer.

 

Me volví hacía la ventana, pero ya la lluvia había desaparecido.

 

Está bien María, retírate, yo me ocupo de todo, y por favor, a partir de hoy llámame Lucia. Las cosas van a cambiar…, empezaremos por esta.

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