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Trastos & Letras

NO TE OLVIDE (3)

NO TE OLVIDÉ (3)

 

—¡No! No es mío

—Él te ha elegido. Siempre lo hace. Hace 23 años, me eligió a mí.

—¿Cómo sabes que es él el que me ha elegido?

—¿Lo has visto brillar, verdad? Y después… Después no has podido evitar quedarte para admirarlo. ¿No es así?

—Bueno, así, así… No. Me ha llamado la atención ese brillo. Pero después todo ha sido tan rápido que casi lo había olvidado.

—No deja de ser extraño, hasta ahora sólo había elegido a hombres. Cada 23 años ocurre. No sé como. Cambia de manos, y el que lo recoge, recoge la culpa de su crimen.

—¿Perdón?... Sigo sin entender nada.

Aquel hombre barbudo, mal vestido, con las uñas excesivamente largas y sucias empezó a sacarse aquel objeto ajado y sin lustre alguno.

—Pero… ¿Qué está haciendo? No lo quiero, no es mío. No quiero que me lo dé.

—Perdone señorita, usted no está en condiciones de decidir si se lo queda o no. Él ha elegido, y se quedará con usted.

—No lo pienso coger.

—Ya es tarde. Ya está en su dedo.

—¿Qué?

Era verdad estaba en mi dedo corazón. No me apretaba, pero no lo podía mover ni un poquito, parecía estar tatuado.

Recuerdo que intenté quitármelo de todas las maneras conocidas y por conocer, pero no hubo forma.

Ya en el tanatorio, donde yo trabajaba, cuando me trajeron los cuatro cadáveres para prepararlos, aquel artefacto, volvió a brillar con una intensidad cósmica, irradiaba un haz de luz azulado que cegó todas las demás luces de la estancia.

Otra vez volvía esa conversación a mi cabeza, tumbada en la cama de mi celda.

—Haga lo que haga el anillo hará que todas las pruebas apunten contra usted, y no podrá hacer nada para evitarlo. Además si quiere librarse de él, tendrá que someterse a su poder. Dentro de 23 años la liberará.

—¿Y si me niego? ¿Qué pasará?

—No lo sé señorita. Hasta ahora nadie se ha podido negar. Inténtelo y si puede deshágase de él por el bien de todos.

El hombre se alejó, y según iba caminando, pareció rejuvenecer, su espalda se irguió, su paso se hizo más firme. Cuando calculó que estaba a una distancia prudencial, se despidió de mí mandándome un saludo con su mano derecha, y siguió su camino.

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