Torera
Mi armario me produce escalofríos. No soy capaz de abrirlo. Hace años que se llenó de hojas de calendario que no quiero despertar.
Yo tenía un armario antiguo en mi habitación. De esos de los abuelos, inmenso, macizo, de roble. En aquella época cabía toda mi ropa, así que era muy cómodo abrirlo y arreglarme en un plis-plas delante de él. Sobre todo porque su espejo de arriba abajo me guiñaba cómplice conforme le posaba. Ésta foto es de aquella época. Presumida, pero informal. ¡Cómo me acuerdo del jersey de rayas azules, con ese cuello medio vuelto! De triunfar.
Muchos años tuve esa mirada pícara ante el armario, que fue llenándose cada vez más y más de ropa, aunque nunca se hubiera llenado del todo.
En esos años tan hermosos, como imposibles para guardar una relación más allá de dos citas, cualquier ropa que mi espejo aprobaba acababa atrayendo. Atracción fatal porque tras las dos citas era defenestrado sin remedio.
No fue la ropa sino los cadáveres de las relaciones rotas lo que hizo inservible el armario.
Me quedo con la imagen de la foto y me olvido del armario y su almario.
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