MI ISLA ANIMADA
Di con mi cuerpo en aquella isla en el día del Señor del 15 de noviembre de 1785. El capitán no hubiera resistido más en aquellas aguas incómodas, sorteando corrientes en busca de vientos amigos. Llevábamos vagando dos semanas sin cuadrante, ni más orientación que mi intuición, por otro lado poco reconocida. Un golpe de fortuna hizo que el contramaestre se indispusiera y yo pudiera ocupar su puesto con lo que dirigí ese enorme cascarón justo a donde quería, la isla de Plantago. Ese era mi destino para todo aquel año en el extremo más austral de las tierras conocidas.
Vi cómo el navío se empequeñecía en el paisaje de un mar plano y luminoso y con la misma velocidad se borraban de mi cabeza los días de pesadilla que me costaron arribar a la ensenada donde ahora se apilaban todos los enseres que iba a necesitar para los próximos meses. Sin demora me conjuré a transportarlo todo hasta la pequeña caseta del faro.
Aún no había terminado la mudanza cuando sentí como si una sombra a mi derecha se desplazara rápidamente. Me giré y no pude ver nada especial. La tarde terminaba y me cobijé en la casita al pie del faro, mi casa para todo ese año.
Llevo dos semanas y la sensación de ser espiado me ha empezado a crear cierta ansiedad. Lo cierto es que no he podido detectar más que impresiones sin confirmación, pero la sospecha es cada vez más real.
No podía alcanzar a desvelar lo que significaban aquellas explicaciones escritas en el diario que tenía en las manos. Era un texto manuscrito del geográfo que desembarcó en la isla en noviembre del año pasado, al que venía a recoger. Lo peor es que no podía encontrarlo por ningún lado y la isla no daba para mucho. Todos sus pertrechos estaban en la caseta y de la comida ni rastro. Un misterio al que no podía dedicar más tiempo porque me esperaba el navío con una ruta que recorrer antes de la estación de las tormentas australes. Cerré la puerta llevándome conmigo el pequeño libro de anotaciones y retomé el camino de la ensenada. No cabe duda de que algo extraño pasó y que quizá estuviera implícito en esas impresiones escritas. Eso me trajo a la cabeza las leyendas que se contaban a cerca de la isla Plantago y sus fantasmas, que yo nunca di por ciertas.
El barco abandonó la costa frente a la islita y aún no se había perdido en el brillo del mar cuando unos seres mitad pez, mitad batracio empezaron a corretear por la playa entrando y saliendo del mar. La isla volvía a ser sólo suya, con toda dignidad, sin los disfraces ni las lágrimas de otros tiempos. Estaban dispuestos a jugar entre ellos y estimular nuevas historias a mi cerebro.
2 comentarios
nacho -
Verás como sí. Y aunque no aparezca inmediatamente mi mirada amerizará en las aguas de vuestros textos para sentir la placidez de teneros.
Virginia -