SOLEDAD (ESCENAS DEL CORTO)
PRIMERA ESCENA:
Otra vez he vuelto a quedarme dormido en la mesa de la cocina, viendo la tele, y es que esa cama es tan grande para mí, que me pierdo en ella. ¿Quién lo hubiese dicho hace tan sólo unos meses?
Pero es que estoy tan a gusto aquí, que es sentarme y quedarme planchado. ¡La plancha! Eso sí que es una maldición. María se pega horas y horas planchando para nada. Debería estar siempre en pijama y pantuflas, pero no. No logro quitarme la costumbre de ponerme el traje, y la corbata… ¿para qué demonios me pongo corbata? Y eso no es lo peor, no. Lo peor es quedarme media hora delante del espejo intentando pelearme con el nudo, mi garganta y los dedos. Si es que como ella nadie para poner corbatas.
¡Qué inútil soy! Soy y he sido, apenas si sé hacerme unos huevos fritos. María ayer me hizo unas lentejas que no se las salta un torero. ¡Qué buenas! Que digo buenas, riquísimas, algo fuera de serie. Si Elena me hubiese visto comerme esas lentejas no se lo habría creído en la vida. Siempre me decía que era demasiado sibarita y que mi madre me había mal acostumbrado. ¡Mi madre! Esa señora robusta, de buena presencia, que parecía que no iba a morir nunca de puta vitalidad y lo que son las cosas, murió de un mal parto. ¡No somos nada!
¿Pero qué hora debe de ser? Todas las comodidades del mundo, pero el reloj siempre atrasado. ¡Joder, qué tonto soy! ¿Será por reloj? Si cubre casi media pared ¡por Dios! Son las tres de la mañana. Y la tele encendida. ¿Qué es eso que están dando? Un documental sobre Alaska. Muy bonita, la verdad. ¡Qué paisajes! Pero que me importa a mí, si no voy a ir. ¡Joder, qué pedazo de lagos! Anda mira los osos como cazan salmones. ¡Ostias, mañana, bueno, dentro de un rato cuando llegue María le pediré que me haga unas rodajitas de salmón. Las hace de muerte…es la ostia esta mujer cocinando, bueno y no sólo cocinando, es toda una artista con la plancha.
Eso, debe pensar que soy tonto de remate, todos los días me deja un traje limpio, e impecable, ¿y para qué? Voy hecho un desastre, lleno de arrugas, el traje parece más viejo que yo. ¡No, no soy viejo! Soy un desastre, pero no viejo.
¿Y ahora qué hago? No me apetece ver la tele, me cansa, si me pongo a leer no me enteraré de nada y sólo conseguiré un grandísimo dolor de cabeza. Si fuese otra hora, menos intempestiva llamaría a mis nietos. Pero anda, si no me contestan a horas normales, a éstas muchísimo menos. Siempre están ocupados, esta gente joven no para un segundo, igual están de fiesta por ahí, pero anda la gracia que les haría recibir ahora una llamada de su abuelo, a lo mejor se asustan, y no… mejor espero a que se haga de día.
Me apetece comer algo, no sé el qué. Una onza de chocolate negro y unas galletas. A este paso no voy a caber por las puertas. Mejor enciendo la radio, a ver que cuentan. Pues vaya también lo animado que está el patio.
¿Qué día es hoy? No sé. Todos los días para mí son iguales. Vivo prácticamente en esta silla de la cocina, sólo me muevo para ir al lavabo o para comprar por las mañanas el periódico.
No hay nada como desayunar un café leyendo el periódico. Fíjate por donde, me están apeteciendo unas tostadas con mantequilla y mermelada de fresa. A Elena le encantaban, con mermelada de melocotón.
Tanto trabajar ¿para qué? Sí, tengo una casa enorme, con tres plantas, 9 habitaciones, 4 cuartos de baño, dos garajes, dos coches, una cocina en la que desayunábamos a diario, 6 personas, mis tres hijos, mi mujer, María y yo.
Si no fuese por María, yo estaría en una residencia, y todo esto vendido. Mis hijos, todos tan lejos, mis nietos, bueno, eso es harina de otro costal. Creo que si algún día viniesen sin sus padres no los reconocería.
¿Cuánto hace que no los veo? Por lo menos hace tres años que no los veo. ¡Claro, son tan jóvenes! ¿Qué van a hacer ellos aquí, en un pueblo donde sólo quedamos viejos? Además, no conocen a nadie, y tienen sus amigos en la ciudad.
Igual me presento un día de estos en su casa, pero… ¡No! Soy un viejo, y les molestaré, y no hay necesidad de eso. Ya vendrán ellos, aquí siempre son bien recibidos.
Pues anda, que si viviese en el Canadá aún sería peor, pero podría ir a pescar, allí también hay grandes lagos, vamos eso creo. Ya no sé ni lo que me digo.
María es un encanto de mujer, podría haberse ido ella también, pero se quedó conmigo, si no es por ella, a estas alturas habría olvidado hasta como se habla.
¿Y esos cuadros? Cada día me pesan más los recuerdos. Recuerdos que se me vuelven pesadillas. Cuando los miro, veo a Elena,… ¡Qué ilusión le hicieron! Fuimos a Zaragoza y si no se los compro le da un algo. Si los pudiese regalar, pero que no, ¡cómo voy a regalar yo los cuadros, si eran su capricho! Eso sería alta traición.
La tontería los cuadros nos salió cara, tuvimos que cambiar de color las paredes. Unas paredes tan llenas de vida para un anciano. No deja de tener su gracia. Por eso siempre estoy en la cocina, es más acorde conmigo, la única nota de color la pone el granito negro, los muebles son de madera natural de roble. Cualquier día me pongo a hablar con los armarios.
Estoy pensando en cambiar la mesa, y poner una mesa plegable pequeña y traerme el sofá cama de la sala de estar. En ese espacio podría poner la tele grande. Pero seguro que María se enfada. Se pondría perdida de grasa.
¡Bueno! ¿Y qué? La casa es mía, ¿no?, pues eso. Yo disfrutaría como un chaval viendo el futbol en la grande, si tener que cambiar de habitación.
Si además me pudiese poner un inodoro en la galería, cerrado por supuesto, sería ya el no va más. El resto de la casa se podría hundir por mí. Estoy loco, tanto trabajar, si casi no he conocido a mis hijos más que de domingo en domingo y a veces ni eso. Cuando su madre vivía, venían más a menudo, pero por ella. A ella sí que la querían.
Comer sólo no me gusta, pero siempre tengo ganas de picar lo que sea.
¿Qué hora debe de ser? Uffffff, son casi las seis de la mañana, tengo sueño, pero si me echo a dormir María me pillará en la cama. Si no me acuesto, cuando llegue estaré muerto de sueño. ¿Qué hago? Es muy tarde para dormir y muy temprano para levantarse.
Ya sé, voy a medir la cocina y voy a diseñar mi nueva estancia. Estoy medio muerto de sueño, y no puedo centrarme, mejor me voy a la ducha.
—Si es que eres un desastre Julián, será posible que no seas capaz de hacer nada de forma normal, comer a unas horas determinadas, dormir, ver la tele… No, tú, no. Tú tozudo en hacer las cosas de cualquier manera. ¡Joder! ¿Has visto como te has puesto el traje? Entre arrugado y churretes de chocolate pareces un gitano.
Me voy a cambiar, mejor —¡Vete a ducharte so marrano! Y aféitate, pareces un pordiosero, y péinate un poco. Venga espabila, que ya falta poco para que llegue María.
Julián hoy te vas a poner un chándal y vas a salir a andar un poco y que te de el fresco, dentro de nada además de no saber hablar no vas a saber caminar. Y de vuelta compras unos churros, el periódico, y así le das tiempo a María a hacer el café—.
Bueno, esto ya parece otra cosa, después de desayunar llamaré a mi hijo Pedro a ver si va a venir este fin de semana, o mejor, llamaré a Sara, que es mi primera nieta, a ver si la convenzo de que venga a verme.
¡Cómo pasa el tiempo! Me parece todavía tener a Pedro, Paula y Tomasín pequeños, hace nada, e íbamos de vacaciones a Rosas, la Ampuria Brava, no sé por qué pero siempre tuve debilidad por la costa brava, más que ninguna otra del mediterráneo. Claro, a mí lo que realmente me gusta es el monte, y allí está todo junto, yo podía estar tranquilamente a la sombra de un pino mientras ellos estaban en la playa. Todo eso ya habrá cambiado, hace tantos años que no voy a la playa. Si mis nietos quisieran venir, pasaríamos unos días este verano en algún hotel, pero ya veremos.
Va a ser muy difícil, con los pequeños no me atrevo a ir solo, y los mayores no querrán saber nada de un abuelo. Lo entiendo, pero me fastidia, los viejos no pintan nada con los jóvenes.
Lo que debería hacer es morirme ya, y dejar de dar tormento a la gente. Pero eso tampoco es cierto, ellos ni me ven ni me soportan, estamos muy lejos. O quizá debería pensar en mudarme a la ciudad. Pero… ¡Uy, no! La ciudad no está hecha para mí, por eso tengo esta casa en las afueras. Todo el día sirenas sonando, gente de aquí para allá, vivir encerrado en cuatro paredes, rodeadas de asfalto, no, eso no es para mí. Total, para lo que salgo aquí, casi me daría igual, pero… no. Mejor me quedo en mi casa, sería un estorbo y se tomarían como obligación estar pendientes de mí, y al final siempre hay problemas.
¡Joder! Yo aquí de cháchara, y María ya está abriendo la puerta.
Me voy a por el periódico, y a recargar el móvil, para llamar luego en un rato.
¡Qué día más bueno hace hoy! Hoy el sol calentará, y un cafetito bien caliente acabará de templarme el cuerpo. Que no se me olvide recargar el móvil. Anda que el aparatejo este me pega cada susto que me enciende. Se empeñó mi nieto Iván en regalarme un Móvil ultra moderno, no sé para qué, si justo me va para descolgar y llamar. Estas tecnologías no son para viejos, y yo lo soy, no mucho, pero si lo suficiente para estos artilugios. Lo que peor llevo es no poder hablar con nadie, y mis nietos, ellos, son todo lo que no pudieron ser mis hijos. Han conseguido hacerme llorar, y sentirme aún más abandonado. —Elena, espérame, quiero irme contigo. Debiste esperar a que me fuese yo primero, todo hubiese sido mucho más fácil—.
Casi se me olvida: —Elena, tu beso de buenos días. Te sigo queriendo—.
SEGUNDA ESCENA:
—Sara, hija… ¡eh! ¿Me escuchas?
—Sí, soy el abuelo Tomás, el de Barbastro… ¿qué dices?
—Sí, mujer, que ya sé que era una broma. No, no me he enfadado.
—Oye una cosa hija. ¿Por qué no os venís este fin de semana para aquí. Ha nevado y podemos acercarnos a la nieve.
—Vaya… Que tienes exámenes… Pues aquí nadie te va a molestar, ruidos no vas a tener, y lo de la nieve lo podemos dejar para otro día.
—Vaya. ¿Y estás muy resfriada? ¿Has ido al médico? Cuídate, que los resfriados mal curados tienen mala pata
—¡Ah! ¿Y qué te han mandado?
—¿Paracetamol? ¡Ah! En mis tiempos se curaba todo con una aspirina y yéndose a la cama. Ahora todo es tan distinto.
—¿Qué dices? Sara hija, se pierde la comunicación.
—Si ya estoy quieto
—¿Así mejor? Vale, me quedo quieto aquí.
—¿Un ordenador? ¿para qué quiero yo un trasto de esos?
—¿Qué tú me lo instalarías? Bueno, si es así, me lo pienso. Pero..,
—No te enfades Sara, es que yo no sé ni qué debo comprar, ni marcas, ni instalarlo, soy muy viejo para esas cosas
—Hombre, eso espero, no morirme aún, pero es que yo no he manejado nunca un cacharro de esos. Lo mío han sido siempre las cuentas a mano. Hasta el móvil me cuesta.
—No te rías hija, que a mí no me hace ninguna gracia.
—¿Y dices que puedes ver a través de esos cacharros a los que te hablan?
—¿Y eso como has dicho que se llama? Video… ¿qué?
—¿Y eso como funciona?
—Pues claro que tengo línea de teléfono fijo, lo que pasa es que como todos tenéis móvil pues me es más cómodo.
—Y tengo que contratar Internet ¿con telefónica?
—Me parece demasiado complicado, pero lo intentaré
—¡Ah! Que puedo llamar a telefónica y ellos me mandan un técnico y me lo instala. Esa opción me parece mucho mejor.
—¿También ellos me lo venden? Estos de telefónica son unos vivos. Lo tienen todo atado.
—Pero, ¿me enseñarán cómo funciona ese cacharro?
—¿Qué no? Y… entonces ¿para qué demonios quiero yo el cacharro ese?
—¿Qué me apunte a un curso? ¡Uy! Me parece que muchas cosas pides Sara. Mira que yo ya no tengo la cabeza para estudios
—Sí, muy fácil para ti, pero para mí… ya veremos. No lo tengo nada claro.
—Mira si me prometes que vas a venir a ayudarme, y a enseñarme este verano, cuando acabes los estudios, yo te prometo firmemente ponerme a ello.
—Entonces hasta el verano nada de nada, ¿no?
—Bueno, hija, perdón por ser tan pesado. Un beso cielo. Pórtate bien, y dales un beso a tus padres y otro para Sergio.
—Venga hasta otra…Sí, hasta otra.
No sé para que llamo, siempre tienen cosas que hacer, pero la idea del ordenador no me parece tan descabellada. Sería genial poderlos ver mientras les escribo. Pero… es que no tengo ni idea de utilizar esos trastos. Me da a mí que esto no va a ser más que un tiraperras, pero en fin, todo sea por ellos.
Mañana mismo llamo a telefónica y que me informen, me den precios, y si no me pasaré por cualquier tienda de estas de informática y que me asesoren, que los de telefónica siempre han sido muy ladrones. De paso, les preguntaré donde se aprende a usar estos cacharros. Me voy volando para casa que María habrá hecho un café buenísimo, y hoy no compro churros, el periódico y con el pan de ayer me haré las tostadas, que se me ha quedado el olor en el paladar desde que me he acordado de ellas. Hoy me volvería a comer otro plato de lentejas, pero bueno, eso María ya dirá.
Le tendría que haber dicho que no. Si después ya sé lo que pasará, que seguro con la mala suerte que tengo no me vale la línea, o no me lo instalan bien, o yo que sé. Es una gran posibilidad la que me presta el cacharro pero ¿ya sabré yo darle utilidad? También me dijeron lo mismo con el móvil y si no llamo yo no se acuerdan ni de que existo.
Bueno, una ventaja tengo y es que de escribir a máquina sé un rato largo. No pierdo nada por intentarlo.
¡Qué bien huele ese café! Y las tostadas están de muerte, ni muy quemadas ni muy blancas, en su punto.
Esta María vale lo que un Potosí.
ESCENA TERCERA:
Me he comprado el ordenador, me he ido a hacer cursillos hasta el verano, y todo ¿para qué?
—Ya te lo dije yo Tomás, que era perder dinero y tiempo—, pero de nada ha servido saberlo de antemano.
Al menos el móvil me lo regalaron, pero el ordenador me ha costado casi 1800 €. En las clases particulares me he gastado… ya ni lo sé, ni quiero saberlo, y total que nunca se acuerdan de darme su dirección de correo. Yo no sé aún como se mandan los mensajes, me hago un lío, los llamo para que me lo den, y me dicen —“Ya te mandaré un sms”—, pero con eso me quedo.
No quiero darme por vencido, ni sentirme como un perro apaleado, ellos tienen su vida, y yo la mía. Además esto de Internet no está tan mal, me paso los días mirando cosas, ahora ya no me compro los periódicos, eso que me ahorro, leo la prensa por la red. Aunque maldito el ahorro que me supone, si pago 60€ al mes de conexión. Me vendieron la moto de 10 megas y lo único que llega es a 1 y gracias.
Hace muy poquito tiempo no sabía que era y como funcionaba el cacharro, y ahora me escucho y parezco todo un entendido. Lo que más me fastidia de todo es que me compré todos los accesorios habidos y por haber, que si un pen – drive, de esos, que si una impresora con fax y escáner, que si un micrófono con cascos incluidos, que si la web cam, vamos que no me falta un detalle. Bueno, sí, que mis nietos se conecten y me den su dirección de correo. Pero no hay manera.
En el cursillo hay un par de amiguetes, que me he hecho, me dicen que se dedican a ligar por Internet, pero yo sinceramente prefiero comprarme un perro.
Ya tengo bastantes mirados, tengo guardadas en favoritos por lo menos 6 páginas de anuncios de compra- venta de cachorros.
Siempre me han gustado los perros de agua españoles, pero tienen el inconveniente de que sueltan mucho pelo, me iría mejor uno de poco pelo como esos que se han puesto de moda ahora los sarpeigs esos o como se llamen, pero son tan feos que de pensarlo me sale sarpullido.
Lo que tendría que hacer es dejar de pensar tanto en mis nietos, vivir un poco la vida, pero eso es casi imposible, si cuando tuve edad para hacerlo me faltó mi queridísima Elena. Bueno, si Elena se imaginase ni de lejos, que estoy pensando en comprar un perro, de seguro me llevaba con ella sin perder un segundo.
—¡Ay! Elena ¿Tan malo he sido para merecer este castigo? No me puedo creer que consagrar toda una vida al trabajo, al sacrificio personal en bien de la familia reciba por pago este desapego—.Quizá sea yo el culpable de todo, quizá me deje obnubilar por el dinero, por poseer una casa grande, hermosa, soleada, y apartada de la urbe, por tener dos coches, por permitirme pagar a mis tres hijos una carrera universitaria, el mayor estudió medicina, 6 años mas el MIR, Paula se decidió por Biología, y el pequeño siempre me llevó de cabeza, empezó tres carreras y al final se quedó con Empresariales. Nunca les reproché nada, al contrario, siempre les he dado todo lo que ha estado en mi mano, y ahora, ellos viven su vida con sus respectivas familias, y el único nexo de unión entre nosotros está muerto.
Igual hago caso a mis amigos y me voy con ellos a un bar de copas que hay en Lérida para separados, divorciados y viudos, pero me da no se qué, yo no quiero más mujer que mi Elena.
Y encima si me liase con una mujer donde estaría con ella, en la habitación de matrimonio por descontado que no, en la de alguno de mis hijos…, pues tampoco me parece bien. De hecho, ningún sitio de esta casa me parecería bien para traer a otra mujer que no sea la que fue siempre su dueña, y ella ya no volverá.
Decidido, me compraré un perro, un perro de agua catalán, y lo tendré en la terraza de al cocina, que es amplia, y es como un jardín interior, de esa forma mataré dos pájaros de un tiro, me obligaré a salir y ya no me sentiré solo.
Y a mis nietos, que hagan lo que quieran, si vienen serán bien recibidos, si no, yo me seguiré yendo a pasear con Trenzas, he pensado hasta el nombre, debería llamarlo Rastas, pero si lo hago igual piensan que soy un abuelo yeyé.
El ordenador, creo que lo usaré poco, igual cuelgo un día de estos un anuncio por Internet a ver si saco algo de lo que me he gastado en él.
María debe estar a punto de llegar, hoy tocan lentejas, por fin.
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