no me des la espalda, cariño
Era un adiós. La puerta se fue cerrando muy lentamente y el chirrido se
alargó igual que la duda de María. No había luz en la habitación, tampoco
quedaba nadie más. Su única compañía se iba. Tendría que sobrellevar su
ceguera como fuera posible. No veía, pero su intuición le decía que los
dos cartuchos de su escopeta le habían acertado.
No se quedaría tan sola, al fin y al cabo, el cadaver en la puerta le
acompañaría sin luz ni sonido. Como a ella le gustaba.
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