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Trastos & Letras

Secretos de familia, 1ª parte.

El día de mi cumpleaños.

 

“Si hubiese sido más mayor hubiese pedido como deseo de cumpleaños, no cumplir 3 años”.

La redacción sobre los cumpleaños y la familia de Irene quedó completamente acabada con esta frase.

Nunca conocí a su mamá, desde que empezó el colegio, hará ahora unos cuatro años, nunca habló de su madre.

En el pueblo tampoco se hacían comentarios acerca de su familia.

En el año 2002 entré como profesora, con plaza fija, el mismo año en que Irene ingresó en la escuela, ella tenía casi 4 años.

A la puerta del colegio la acercaba una señora mayor que siempre supuse era su abuela, la trataba bien, le daba un beso y le metía el almuerzo en el bolsillo de la bata. Cuando se fue haciendo más mayor le abría la cremallera de uno de los compartimentos de la cartera y le señalaba el bocadillo.

Irene siempre me llamó la atención, era infinitamente más madura que las niñas de su clase, y aunque jugaba con ellas como cualquier niña de su edad, a la hora de dar una opinión en la clase o discutir cualquier tema demostraba un discernimiento digno de más de un adulto.

No se permitía caprichos de índole alguna, es más, a veces recriminaba a sus amigas diciéndoles que si no eran conscientes del sacrificio que imponían continuamente a sus padres.

 

Al día siguiente pregunté a Irene por el significado de aquella frase. No me quiso contestar, bajó su mirada, y pareció sumirse en un recuerdo doloroso aletargado durante mucho tiempo. Sentí como si una sima gigantesca nos hubiese separado de repente.

Normalmente era una niña abierta, poco cariñosa, despierta, inteligente, que siempre razonaba sus actos y respuestas. Ese día no quiso.

Decidí preguntarle a la directora por si ella sabía que había pasado. También se negó a darme explicaciones y meneando la cabeza de un lado a otro me dijo: No preguntes por lo que no debes interesarte.

Me quedé atónita. Una cosa es que Irene guardará su secreto  y otra es que nadie quisiese revelarme el problema.

 

Aproveché en los días siguientes a averiguar por todos los medios que es lo que había pasado en el tercer cumpleaños de Irene. Todo el pueblo me volvía la espalda. Todos lo sabían pero existía un acuerdo tácito entre todos para que no saliese ni una sola palabra del tema.

 

La Navidad estaba próxima, Irene cumplía los años el día veinticinco de diciembre. En la puerta del colegio apareció un hombre de unos treinta y cinco años. No lo había visto nunca, pero me llamó la atención, primero por lo atractivo y segundo por que todos le rehuían la mirada.

 

Yo estaba encargada de la puerta. Cuando sonó la sirena de las cinco de la tarde, los niños salieron en desbandada en busca de sus padres. Aquella misma tarde empezabamos las vacaciones.

Perdón… ¿busca a alguien? le dije acercándome a él tras la reja

Busco a Irene. Mi hija.

Lo soltó tan bruscamente que me quedé helada. La verdad es que si te fijabas había algo de parecido en las facciones de ambos, pero en todos los años que llevaba en el pueblo, ni lo había visto ni siquiera sabía que tuviese un padre.

Irene estaba quieta apoyada en uno de los pilares del porche, su mirada iba y venía desde su padre a mí, pero no movía un dedo.

Ella… ¿lo sabe? le pregunté señalando a Irene.

No me conoce. Nunca me ha visto. Pero está avisada. ¿Ella es Irene? dijo levantando la mirada hacía la niña.

Sí, pero…

¿Qué problema hay?

No sé. Es extraño. Son padre e hija y no se conocen. Y yo no sé si lo que me dice usted es verdad o no. Creo que llevaré a Irene con la directora del centro y que ella decida lo que ha de hacerse. Espere un momento aquí por favor.

Cogí a Irene de la mano y la llevé escaleras arriba hasta el despacho de Doña Ana.

¿Elisa, qué pasa? ¿Hay algún problema con Irene?

No, con Irene no, ahí abajo hay un señor que dice ser el padre y yo no me fio de dejarle a Irene sin estar segura. Es una niña muy pequeña, y no quiero que le pase nada. Su abuela no ha venido, él dice que…

Elisa, dile a ese señor que suba, por favor y cuando lo hagas puedes irte a casa. De este asunto me encargo yo.

 

 

Así que has decidido volver, por fin.

Es mi hijarespondió en tono seco.

Ya lo sé, todo este tiempo también ha sido tu hija…

No es asunto tuyo le atajó duramente.

Ya lo creo que sí. Por lo visto no te acuerdas de quien soy, ¿verdad?

El hombre empezó a ponerse nervioso, tamborileando cada vez más fuerte con los dedos en la mesa. Tuve la sensación de que de un momento a otro la discusión pasaría a mayores.

Dejé la puerta entornada al irme, tenía la firme intención de hacer caso a Doña Ana, pero algo en las miradas que se cruzaron me dijo que era mejor esperar y vigilar. Me aposté detrás de la puerta y por la pequeña rendija no alcanzaba a ver casi nada pero escuchaba todo perfectamente.

No voy a permitir que te la lleves.

No puedes hacer nada para impedírmelo. Legalmente soy su progenitor…

Pero legalmente yo soy su tutora, tengo su custodia a mi cargo y mientras yo no dé mi consentimiento tú no puedes llevártela. Además que le has dicho a Adela para que no venga a buscarla. Ella es puntual siempre. Y… se volvió hacía la niña ¿Por qué no has subido inmediatamente a decirme que Adela no había llegado?

No vi la cara de Irene, pero por su silencio creí adivinar su rostro, mirando hacía el suelo, metido otra vez como cuando le pregunté por su redacción.

Vete Julián, no tienes nada que hacer aquí, ya no.

Volveré con una orden judicial

Eso ya lo veremos. Ahora vete.

Corrí pasillo adelante para esconderme. Cuando escuché sus pisadas ya lejanas y la puerta del porche abrirse, me encaminé hacia las escaleras vigilando que no me pillasen ellas. Antes de bajar las escaleras escuche los tonos de las teclas del teléfono al ser marcadas.

 

Irene estuvo casi dos semanas sin volver a la escuela. Le pregunté varias veces a Doña Ana por ella, pero sólo me respondía con evasivas. Decidí que todo aquello no era problema mío y que no me iba a inmiscuir más en el tema. Doña Ana me aseguró que Irene estaba bien y que no debía  preocuparme por nada.

 

 

Julián me abordó en la calle principal del pueblo, me cogió con una mano por el codo y violentamente de un tirón me introdujo en uno de los varios soportales. Asustada como estaba no pude ni chillar, pero por si acaso el se aseguró de que no lo hiciera tapándome con la mano la boca.

Señorita, no chille y no le haré nada. Necesito saber, y este pueblo es una tumba. Necesito que me diga como está mi hija y dónde.

Yo abrí tan desmesuradamente los ojos que debió asustarse y en vez de sacarme la mano de la boca como parecía su intención aún me la aferró más fuerte. Intenté zafarme de su robusto brazo, pero era imposible. Agotada le hice unas señas con las manos de que estuviese tranquilo que no iba a gritar. Tardó unos segundos en soltarme del todo.

Me arreglé el cabello y la ropa como pude y me enfrenté a él con las pocas fuerzas que me quedaban.

Por favor, dígame lo que sepa lo dijo con un tono entre suplicante e imperativo.

Yo no sé nada. He intentado varias veces indagar en el pasado de la niña, en su familia, pero no he logrado nada. Como usted bien dice este pueblo está dispuesto a llevarse ese secreto a la tumba.

El me miraba como ido, sus ojos sobresalían de las cuencas, estaba realmente desesperado, su ansiedad iba en aumento, y tuve miedo de que llegase a la enajenación mental y…

Se dio cuenta del efecto que su reacción provocó en mí e intentó tranquilizarse.

La verdad es que me resulta tan extraño todo, Irene y usted… padre e hija que no se conocen. La actitud de Doña Ana de alejarla del colegio. Esa señora, su abuela, Adela, no se la ve por ningún lado igual que a Irene, y encima usted me pide información sobre su propia hija. No sé. Es todo tan extraño.

Lo sé. Es una larga historia. Para empezar Adela no es su abuela, ni siquiera es de la familia. No sé qué hace en su casa, ni donde está su madre, me refiero a Irene. Ana está por medio de todo y lo que ella dice se cumple a rajatabla en este pueblo. Nadie es capaz de enfrentársele. Pero yo lo voy a hacer, ya no me importa nada, después de lo que he pasado, ya nada me importa. Sólo recuperar a mi hija.

Pero ¿se ha planteado si Irene quiere irse con usted?

Llámeme Julián por favor.

Julián, perdóneme, pero aunque yo no sepa nada de nada, pienso que esto es una tremenda injusticia para Irene. Ella no conoce otra clase de vida. O…

O ¿qué? me atajó con impaciencia.

No sé si debería contarle esto, pero…

Está bien, necesito un lugar donde esconderme mientras le cuento toda la historia, sé que es un poco brusco lo que voy a pedirle pero ¿me permitiría usted quedarme en su casa?

Llámeme Elisa, por favor pensé durante un tiempo su proposición y no sé que se me pasó por la cabeza  en ese momentoya que vamos a compartir piso, lo mínimo es que sepamos nuestros nombres.

No sabe cuanto se lo agradezco. Le prometo que no le causaré ningún problema.

Julián me dijo que me fuese a casa, que el ya sabía dónde era, que a media noche estuviese alerta, daría un par de toques suaves con la aldaba para no llamar la atención de los vecinos. Y así lo hicimos.

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