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Trastos & Letras

El esperpento de las mil y una manías

El esperpento de las mil y una manías.

 

Si en aquellos años, hubiesen existido las ecografías su madre no hubiera dudado ni por un momento en abortarlo.

Cuando nació, ya era feo, pero claro, todos los bebés o recién nacidos son feos, o por lo menos así lo pensó su madre cuando vio aquella masa de carne informe que le colocaban sobre el regazo.

El chiquillo en cuestión, era algo digno de ver, si hubiesen llamado al exorcista del Vaticano, seguro que hubiese dicho que era una abominación del maligno, que se había cebado en una pobre criatura indefensa.

El día de su bautizo, por decir algo, el cura cuando lo vio, pidió a su madre, muy descortésmente, que hiciese el favor de cubrir el rostro del neonato. El pobre párroco enfermó de repente y casi temieron por su vida. Cuando salió del hospital se fue directo a un manicomio, diciendo que había bautizado al mismo Satanás, y que la iglesia estaba manchada por el maligno, y que la única solución era quemarla. Sólo el fuego sería capaz de purificar aquel lugar que hasta ese día permaneció santo y a salvo del demonio.

Bueno, esto es exagerar las cosas, por que tampoco era tan tan enormemente feo, algo repelente… pues sí, bastante, pero doy fe de que el chiquillo no tuvo la culpa.

Físicamente, si no lo conocías, y si no estabas acostumbrado a verlo, la verdad es que asustaba, pues tenía unos rasgos físicos bastante acentuados, que diferían bastante de lo comúnmente acostumbrado.

No sé bien si decir que eran defectos físicos o es que estaba simple y llanamente mal hecho.

Su cara, daba miedo y mala gana. Si la mirabas con asco, era capaz de provocarte el vómito, con lo cual aquel que se acercaba al chiquillo o tenía una educación de aupa, o tenía que salir por patas. Empezaremos por el cabello, era de un color oscuro, con mechones claros, pero presentaba una particularidad, los mechones eran lacios y parecían como pajas de trigo seco, el resto era rizado, como el de los negritos del África y sedoso. Algunos malintencionados dijeron que eso es que la madre compartió cama el mismo día con dos individuos y que en vez de salir gemelos salió uno a trozos como el plum-cake, que lleva de todo y a su libre albedrío.

Los ojos son llamativos a más no poder, y no precisamente por su belleza, aquí también se presenta una dualidad un tanto sospechosa; un ojo chiquito y negro como el azabache, y otro grande y azul, tan desproporcionado que parece un mar dentro de una isla. Además son extremadamente singulares por el hecho de que el pequeño cada vez se hacía más pequeño, hasta llegar a ser un punto como un lunar en medio de la frente abombada, y el azul, completamente al revés, le convertía en un Polifemo extraordinario.

El hecho de tener un solo ojo útil para la visión, hacía que este tuviese una forma de mirar que aterrorizaba, las pupilas se le dilataban hasta extremos insospechados cuando se trataba de ver algo muy pequeño, y al contrario si se trataba de mirar hacía el horizonte o alguna cosa lejana, pero lo que más impresión causaba era la forma de voltear dentro de la cuenca. Su iris parecía una noria en dos dimensiones, tal cual si fuera un camaleón.

Por nariz, creo que directamente tenía una trompa inmisericorde que le hacía doblar el cuello y estirar sus cervicales hasta apoyar el mentón a la altura del esternón. No era joroba, por que no tenía espalda suficiente para ello, era como el cuello de una jirafa aplastado con la intención de llegar algún día con la barbilla al ombligo.

De la boca, mejor no decir nada, era un pequeño agujero, casi inútil. Su madre para amamantarlo tenía que ponerle pajitas de refresco, cuando se hizo más grande, la comida se la daban con jeringuilla. De hecho, creo que no tenía dientes, en el caso de haberlos tenido le hubiesen crecido tanto que le saldrían como colmillos de jabalí, pues por aquel orificio era poco menos que imposible meter cualquier cosa sólida.

Del resto del cuerpo, bueno, era todo él proporcional a los rasgos de su cara. Las piernas extremadamente largas y finas, mientras que sus brazos eran cortos y robustos, y sus manos tenían seis dedos escuálidos, pero con unas uñas de acero, mientras que las de los pies se le rompían a cada paso.

Vestirlo, eso era cosa de artistas. Lástima que no naciese en la época del cubismo, pues alguno de nuestros grandes pintores le podría haber diseñado la ropa. Pero su madre era muy apañada la mujer y se la hacía ella misma a medida. La única pega que tenía todo esto es que para cuando  acababa, Darío había cambiado  ya su cuerpo de nuevo.

No sé de que estarían hechas sus células, pero estaban dotadas de un impresionante dispositivo de autoregeneración. A pesar de lo mal formado que estaba ya de nacimiento, poseía la capacidad de regeneración en cualquiera de sus tejidos, el más visible, el epitelial, gozaba de una salud de roble, en los 50 años que vivió, nunca tuvo una arruga, ni siquiera las heridas se le quedaban marcadas. Si se hacía un corte importante, antes de que su madre dijese: ¡Jesús! La herida ya había cerrado perfectamente sin cicatriz alguna, y lo que es más raro, sin muestra alguna de dolor. Aunque… claro con esa boca poco podía quejarse, a lo más que llegaba era a emitir sonidos guturales, muy agudos y otros apenas audibles broncos y que te pegaban cada susto que no sabías si echar a correr, gritar, callar o mearte encima

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